Las emisiones del gas de efecto invernadero fluoroformo, también conocido como trifluoruro de carbono o HFC-23, son 12.000 veces más potentes que las que produce el CO2. Hasta el momento, países como India y China son quienes han reportado grandes producciones de este gas. Aunque ambas naciones se comprometieron con la ONU a reducir la contaminación al máximo, un estudio publicado por Nature Communication mostró que las emisiones de HFC-23 marcaron sus niveles máximos a finales de 2018, con cerca de 15.900 toneladas.
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El HFC-23 se usa generalmente para la fabricación de semiconductores, refrigerantes o extintores de incendios. Sin embargo, su uso principal es como subproducto de otro gas, el HCFC-22, necesario para la elaboración del aire acondicionado. Por ser altamente destructor de la capa de ozono, este gas fue regulado por el Protocolo de Montreal. Actualmente en Europa se produce en bajas cantidades, sin embargo, en países en vía de desarrollo aún existe un margen alto de producción. En lugares como China e India se elabora más del 75% del HCFC-22 y, por consiguiente, de HFC-23.
«El HFC-23 tiene un potencial de calentamiento global (PCG) de 12.690 en un horizonte de 100 años. Esto significa que por una tonelada de HFC-23 emitida, su equivalente en CO2 son 12.690. Esto convierte al fluoroformo en el gas de efecto invernadero más potente de todos los HFC”, señaló a El País Kieran Stanley, investigador de la Universidad Goethe de Fráncfort (Alemania) y principal autor del artículo.
¿Cómo se detecta?
La detección de estas emisiones se realiza gracias a estaciones que hacen parte del Experimento Avanzado Global de Gases Atmosféricos impulsado por la NASA y el MIT. Puntos de observación que utilizan sistemas de cromatografía de gases o espectrómetros de masas repartidos alrededor de todo el planeta. Cada estación captura cerca de dos litros de aire periódicamente y tras congelarlo pueden detectar otros gases.
Sin embargo, aún los informes de producción real de los países industrializados no son del todo certeros. Según los inventarios enviados por la ONU, se tendría que haber producido un aumento de las emisiones de HCHC-22 de los países desarrollados de hasta un 780%, cifras que no han sido reportadas hasta ahora. «Extraña ver estas discrepancias entre lo reportado y lo que nosotros vemos en la atmósfera», concluyó en un correo, enviado a El País, el profesor de química atmosférica de la Universidad de Bristol (Reino Unido).