La historia de Gabriela Rueda se fue escribiendo por la suma de las casualidades. En su casa nunca pensaron que iba a ser deportista. Su mamá, Martha Rueda, junto con su esposo, José Quintero, buscaron que ella practicara algún deporte porque era hiperactiva. Por eso los médicos le dijeron que debía ocupar el tiempo y la energía en algo. “Cuando era muy niña se subía al comedor a bailar y a cantar siempre. Era demasiado inquieta”, recuerda Martha. Por eso Gabriela comenzó a asistir al Club Tequendama, en Bogotá, con tan solo cinco años y la idea de que acompañara a su hermana Cindy, quien también practicaba patinaje, pero bastó una visita para que quedara encantada con los cascos, los uniformes y sobre todo la velocidad.
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“Sentir el viento siempre me ha producido mucha adrenalina”, señala Gabriela. Ahí mismo comenzó a montar sobre ruedas. Sus patines la han llevado a ser una de las mejores patinadoras del país. A sus 18 años ya ha sido dos veces campeona del mundo y en los pasados Juegos Olímpicos de la Juventud, en Buenos Aires, conquistó para Colombia la primera medalla de oro en patinaje al ganar la prueba combinada.
Comenzó a tomarse en serio el patinaje en 2008, cuando tenía ocho años. “Me acuerdo que cuando llegué a mis primeros entrenamientos me sentí muy mal por mi estatura”, dice. En todas las competencias en las que ha estado siempre ha sido una de las más bajitas (mide 1,58 metros).
“Si hay algo que uno como deportista nunca olvida es la primera competencia”, afirma la medallista olímpica. En esa oportunidad su mamá le compró unos patines profesionales para que los usara en la pista del Parque Recreodeportivo El Salitre, en Bogotá. A ella le parecieron lo máximo, porque siempre se había entrenado con unos convencionales, pero se arrepintió a los pocos metros. “Fue un gran error porque me iba de largo en las curvas. Me fue tan mal que me empezaron a aplaudir como consuelo porque era la última de todas. Lloré demasiado”, recuerda Gabriela. Esa sería una de las pocas veces que llegaría entre las últimas.
El año pasado, en su primera participación en un Mundial de Patinaje, en Nankín (China), fue campeona en la prueba de los 20.000 metros eliminación. También se colgó el oro en el Campeonato Panamericano de Buga. Un año antes había asistido a un Panamericano en Fort Lauderdale (Estados Unidos), en el que se llevó tres medallas de plata. Y en este 2018, además del metal dorado que logró en Buenos Aires, la bogotana ganó la medalla de oro en los 1.000 metros júnior del Mundial que se corrió en Heer (Holanda) en julio pasado.
Lo logrado en ese Mundial la llevó a integrar la delegación nacional que participó este año en los Olímpicos de la Juventud, pero llegar hasta allí no fue sencillo.
“Tuvo una caída muy fuerte. Fue a una semana de ir a Cúcuta para participar en los selectivos para estar en la selección de Colombia. Eso fue en la tarde. Encontré un montón de llamadas de Amwar Cárdenas, su entrenador, por eso comencé a averiguar qué había pasado. Cuando me pude comunicar con ella, Gabriela ya venía en el carro del papá de otra niña con la que entrena. Cuando llegó a la casa me contó que había perdido el conocimiento y comenzó a llorar y a gritar”, recuerda su mamá, a quien no se le olvida la frustración de su hija, quien lo único que hacía era preguntarse “por qué me pasó esto a mí”. Lo que más le dolía no era el cuerpo, sino no poder clasificarse en la selección. Esa rabia le duró tres días. “Al verla así a mí lo único que se me ocurrió fue llevarla a donde un médico de confianza que tenemos y eso fue lo único que la recuperó. Con moretones y la piel con varios raspones fue a presentar su prueba y se clasificó al Mundial. Luego fue el título de campeona, y bueno, eso tan lindo que fue Buenos Aires”, cuenta Martha, quien junto con su esposo ha creado en los últimos 30 años una empresa de dulces típicos colombianos con la que han criado a sus hijos. Aunque en los últimos 10 ha estado siempre por y para Gabriela.
“Cuando llegamos a Buenos Aires, ella me dijo que la pista era muy diferente a las de acá. Con una reglamentación y medidas distintas, pero todo fue saliendo. Una a una se fue dando cada prueba hasta que llegó a la final”, explica su mamá, su compañera en los mundiales de Alemania, Holanda y China.
“Estar en unos Olímpicos de la Juventud era lo más alto del patinaje y yo no me lo podía perder”. Una cita a la que madre e hija asistieron después de más de diez años de un esfuerzo conjunto por cumplir los sueños. Y en la pista de Buenos Aires, tal como lo hacían en la del Club Tequendama, donde se cultivó el talento de Gabriela, celebraron lo que fue para Colombia la primera medalla olímpica del patinaje. El logro de una niña que se embarcó en esto del deporte tan solo como un pasatiempo que con los años se fue volviendo más serio, más exigente y, por supuesto, más dorado.
Gabriela será una de las galardonadas en la ceremonia de exaltación del Deportista del Año de El Espectador y Movistar 2018, que se realizará el lunes 3 de diciembre en Connecta.