El 6 de agosto la Iglesia celebra la Transfiguración del Señor, ocurrida en presencia de los apóstoles Juan, Pedro y Santiago. Dos cosas caracterizan el momento: la conversación de Jesús con Moisés y Elías, y la voz de Dios que irrumpe desde una nube diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17).
Sigue a Catedral Stereo en WhatsApp
Le puede interesar: Cundinamarca: Proyectos clave para el desarrollo en 2025
Según el relato evangélico, la Transfiguración ocurrió en un monte alto y apartado llamado Tabor, en Israel, que en hebreo significa “el abrazo de Dios”.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (555) en referencia al episodio: “por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para ‘entrar en su gloria’ (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén”. “Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre”, añade el Catecismo.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino subraya el aspecto trinitario de la teofanía: “Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”.
Finalmente, es importante ponderar la reacción de los testigos directos del milagro. Cuando la Transfiguración acabó, Pedro, quien había dicho “Señor, ¡qué bien se está aquí!”, desciende del monte sin comprender lo que ha pasado. Por su parte, San Agustín, en un sermón, alude al apóstol con unas hermosas palabras que nos recuerdan, como Jesús le recordó a Pedro, que la vida no puede detenerse, que estamos de paso y que la contemplación definitiva de Dios solo es posible en el cielo:
“Desciende (tú, Pedro) para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?”
Llegará el día sin final, en el que diremos “¡qué bien se está aquí!” y permaneceremos en presencia del Transfigurado para siempre, en toda su gloria y esplendor.