La Real Academia de las Ciencias de Suecia ha concedido este martes el Premio Nobel de Física 2018 al estadounidense Arthur Ashkin, la canadiense Donna Strickland y el francés Gérard Mourou por sus «rompedoras invenciones en el campo de la física del láser», en una ceremonia celebrada en Estocolmo.
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Arthur Ashkin (Nueva York, 1922) demostró a comienzos de la década de 1970 que las fuerzas creadas por la luz láser eran capaces de capturar y manipular partículas con un tamaño de mil millonésimas partes de un metro. En 1987, logró atrapar bacterias vivas sin dañarlas con las denominadas pinzas ópticas, «unas herramientas hechas de luz», según ha destacado el comité del Nobel. Gérard Mourou (Albertville, 1944) y Donna Strickland (Guelph, 1959) allanaron el camino hacia «los pulsos de láser más intensos jamás creados por la humanidad», según el comité.
La técnica de Mourou y Strickland, creada en 1985 y conocida como amplificación de pulso gorjeado, se convirtió muy pronto en la herramienta estándar para obtener láseres de alta intensidad, utilizados desde entonces en millones de cirugías del ojo. Ashkin, graduado en la Universidad de Cornell, Strickland, de la Universidad de Waterloo, y Mourou, de la Universidad de Michigan, se repartirán los 870.000 euros del galardón.
Desde 1901, solo tres de los 201 científicos laureados con el Nobel de Física (el 1,5%) han sido mujeres. Antes de Donna Strickland lo ganaron la polaca nacionalizada francesa Marie Curie en 1903, por sus estudios sobre la radiactividad, y la estadounidense de origen alemán Maria Goeppert-Mayer en 1963, por sus investigaciones sobre la estructura interna del núcleo de los átomos. La astrofísica estadounidense Sandra Faber partía también como una de las favoritas, según la quiniela elaborada por la empresa especializada Clarivate Analytics. Faber, que desarrolla su trabajo en la Universidad de California en Santa Cruz, descubrió en 1976 un nuevo método para determinar la distancia a las galaxias, conocido como la relación de Faber-Jackson.
«Pensaba que habría más mujeres que habían ganado el Nobel de Física. Tenemos que reconocer a las mujeres físicas y supongo que de ahora en adelante habrá más que ganen este premio. Yo me siento honrada de ser una de ellas», ha declarado esta mañana Strickland en la rueda de prensa, en conexión telefónica desde Canadá.
El físico Ricardo Arias González, introductor en España de las pinzas ópticas con aplicaciones biológicas, celebra la decisión de la Real Academia de las Ciencias de Suecia. «Arthur Ashkin era uno de los grandes olvidados», explica. «Las pinzas ópticas han abierto un mundo de posibilidades. Permiten coger una sola molécula y aislarla del resto en el espacio. Es algo que nunca se había conseguido y que ha permitido estudiar la biología celular y molecular como si fueran objetos macroscópicos. Es como estudiar las piezas de un reloj», señala Arias González, del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Nanociencia.
El físico español subraya que una de las ventajas de las técnicas ópticas es que la luz puede penetrar en el interior de una célula sin romper su membrana ni perturbar su actividad. Algunos experimentos ya han logrado manipular, dentro de células vivas, los cromosomas —los paquetes que contienen la información genética— y las mitocondrias —las fábricas energéticas celulares—, según resalta Arias González. “Manipular las moléculas intracelularmente, con la célula viva, es un campo activo de investigación. Es algo rompedor en esta década”, apunta.
El año pasado, la Real Academia de Ciencias de Suecia concedió el Premio Nobel de Física a los estadounidenses Rainer Weiss, Barry Barish y Kip Thorne, por su “contribución decisiva en los detectores de LIGO y la observación de ondas gravitacionales”. El físico Albert Einstein fue el primero que predijo la existencia de estas señales, fruto, por ejemplo, del choque de dos agujeros negros. Las ondas gravitacionales se diseminan a la velocidad de la luz deformando el espacio-tiempo y llegan a la Tierra con tan poca fuerza que fueron indetectables hasta el 14 de septiembre de 2015, cuando los detectores del Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría Láser (LIGO) captaron por primera vez una señal. El avance abrió una nueva era en la astronomía, al permitir estudiar la naturaleza con otros ojos.